domingo, 5 de junio de 2016

LA ESCUELA DE HOMBRECITOS

Ya derribaron un edificio en Ablaña, llevaba más de un año con precinto de la policía por riesgo de derrumbe y al fin han decidido que por seguridad, lo más conveniente es echarlo abajo. Yo ya lo conocí vacío, agrietado, roto, cuando hace cinco años vine a vivir aquí, pero en este tiempo aprendí que no hay un solo edificio en este pueblo,que no tenga algo que contar:
La escuela de hombrecitos estaba en la planta baja de un gran edificio de viviendas, que daba entrada a la calle donde vivía el maestro;el maestro,el practicante,el cura..la que hoy es "Pablo Iglesias" por aquel entonces y por lógica de rangos,era la calle "Los señoritos".


Don Gregorio ejercía allí de todopoderoso,con vara de avellano en ristre y bofetones a diestro y siniestro.Tal era su destreza en enseñar con el consabido ".. Con sangre entra",que hasta había depurado una técnica antiescape digna de mención. Consistía en pisar un pie del incauto que pretendía esquivar su ira,con lo que el único movimiento posible que le quedaba al guaje era echarse un paso hacia atrás, y ahí acorralado cómo un cervatillo aprovechaba entonces Don Gregorio para abofetear a dos manos. Aprendían aquellos nenos sobretodo picardia, porque a leer y a escribir ya los había enseñado a la mayoría Doña Inés,que daba clases en su casa de "los paredones" y que ni era maestra,ni cobraba la mitad de las veces, pero que tenía toda la paciencia y el cariño que le faltaba al tirano del maestro. Y digo picardia porque entre otras genialidades estaba la de agujerear las varas de avellano con las que les sacudía Don Gregorio, lo que hacía que estas rompiesen al dar contra sus culos, evitando así un dolor mayor. Me cuentan que algún padre fue buscando al maestro cuando alguno de estos chiquillos llegó a casa con el labio partido, pero eran otros tiempos, y nada podía un minero de entonces contra la triada de cura,sargento( de la guardia civil) y jefe de estación, que protegían al susodicho; con lo que todo quedó en palabras. Aunque me gusta pensar que después de las amenazas de aquel padre, el maestrillo mas de una noche y de dos, miraría dos veces atrás al sentirse sólo en la calle y correría a refugiarse atemorizado,no fuera a ser, que un minero, es un minero, y con él no valdría el pisarle un pie para salir airoso.

No todo eran palos, el día del cumpleaños del preceptor, cada niño debía llevar algo de merienda y se sacaba un tocadiscos que habían ganado en un concurso de murales, pero que sólo disfrutaban aquel día, y entonces sonaba música en la planta baja de aquel edificio de viviendas, donde entre la posada de Josefa en el segundo con sus doce inquilinos( trabajadores de fabrica de Mieres,mineros de Riosa,portugueses recién llegados..)

El resto de viviendas, con sus casi siempre numerosas familias, las dos buhardillas, que a pesar de no tener agua corriente siempre estaban ocupadas y los aproximadamente cuarenta niños q reían a pesar de todo, y se compadecían de las carencias que sufrían aquellos otros niños desamparados de los que les hablaba Don Gregorio, representados encima de su mesa con cuatro figurillas en forma de hucha...
No puedo ni imaginar el número de personas que recorrieron sus pasillos, que se asomaron a sus ventanas, se cobijaron entre sus muros, y que un día cerraron sus puertas para no volver.

Un día de la próxima semana nos levantaremos y ya no estará,como la antigua estación( que no conocí) y sentiré que se va otro trocito de historia. De esas historias que me encanta que me cuenten, de esas historias que todos deberíamos conocer.
Raquel Arce