sábado, 22 de marzo de 2014

PARECE UN CUENTO



Estaba muy cerca el año 2000. Por el camino empinado que lleva a la Faidosa sube un anciano, lentamente, apoyado en su bastón. Respira con trabajo, sus años y sus bronquios así lo exigen. Cuando llega a la Carbina se para a descansar en el mismo sitio de siempre, allí desde donde domina todo el valle, desde Nicolasa hasta donde el río Caudal se pierde de vista en la curva de La Pereda.
Desde este mirador natural observa el ir y venir continuo del tráfico en la autopista, el len­to discurrir de las aguas del río y la quietud del pueblo de Ablaña en esta tarde luminosa de primavera.
Pero al mirar a la izquierda, sus ojos cansados tropiezan con los castilletes de los pozos mineros como gigantes muertos, como fantasmas de hierro oxidado olvidados entre la male­za, y el anciano minero se entristece. Allí, en aquel valle, hasta los montes de Conforcos, no queda nada, sólo quietud y soledad.
Y como en una película, desfilan por su recuerdo otros tiempos lejanos, tiempos de juven­tud y trabajo cuando todo este valle que ahora contempla era otra cosa muy distinta que el progreso, la modernidad y la vida se encargaron de cambiar.
Recuerda cuando todos los caminos que llevaban a Mina Llamas y Mina Nicolasa se lle­naban de hombres que iban a su trabajo apenas amanecía. Y Ablaña se llenaba de conversa­ciones y ruidos de recias pisadas cuando los mineros de Morcín se bajaban del Vasco y su­bían hasta la mina. Y, de pronto, sonaba el "turullu", funcionaban los lavaderos del carbón, había ruido de vagones y tractores, giraba la rueda del pozo haciendo subir y bajar la jaula donde los mineros iban a enterrarse durante horas para que los demás pudiéramos vivir de esos sudores.
Poco más tarde eran los metalúrgicos los que corrían hacia la Fábrica, por el camino de la Escombrerina, por el Barrio Pachón por las vías del Norte, todos hacia su trabajo antes de que la sirena de las ocho empezara a sonar.
Y cuando acababa el trabajo, venía la tertulia, las partidas en el bar y el paseo. Los trenes del Vasco iban llevando a los trabajadores que venían de fuera y poco a poco Ablaña volvía a la calma hasta que, al amanecer un nuevo día, se ponía en pie dispuesta al trabajo.
Y al recordar todas estas cosas y mientras mira el abandonado casti­llete de Mina Llamas, al viejo minero le resbalan unas lágrimas por las mejillas.




ROGELIA LLANEZA SUAREZ
Álbum de las  fiestas de San José de 1992