Hoy el arroyo Nicolasa baja casi seco y las escasas aguas
que aportan los pocos manantiales que sobrevivieron el envite de usureros
mercaderes, nos lo demuestran. Su hondonada tuvo que ser en sus orígenes, de un
color verde brillante; mas, por mor de un afán de enriquecimiento rápido, volviose
de un triste gris, mate y manoseado. Aún pueden verse en el entorno de la cúspide
de su cuenca (el pico Llosorio), las heridas dejadas por el especulador. Todavía
no desaparecieron las huellas que dejaron a sus espaldas, las excavadoras en su
rápida huída, una vez agotado por completo el preciado oro negro. Atrás queda la
impronta dejada por el hombre en sus laderas, todas horadadas cual queso “emmental” y regadas de
surcos por donde antaño pasaban vías mineras, por las que unas pobres mulas
arrastraban precarias vagonetas cargadas del negro fósil.
Si desciendes a lo
profundo de su depresión, se pueden ver abandonadas
escombreras, si es que la espesa e impenetrable maleza que recorre su
superficie te lo permite. Todo ese escombro fue arrancado de sus entrañas, amén
del carbón que se lo llevaron a saber dónde. Como consecuencia su subsuelo está
hueco, por lo que las viviendas de toda la zona se hunden y resquebrajan sin que
aparezca por cualquier lado, autor alguno de tal desaguisado; hasta el punto de
estar en busca y captura, por desaparecido, el hipotético y esquivo responsable
subsidiario. Tal despropósito y muestra de dejadez, nos revela la magnitud de
lo que antes fue, en la misma manera que nos enseña, hasta qué punto pueden
llegar las miserias de ser humano.
Si continúas bajando, llegas a su vega, donde más ancho
se hace su valle. Allí donde, sus exiguas aguas desaparecen sin pena ni gloria,
tras mezclarse con las orgullosas del Río Caudal. Donde un entramado de vías se
extiende, formando dibujos de infinitas líneas paralelas. Allí surgió un
pequeño y entrañable pueblo, Ablaña. Hijo de la revolución industrial. De niño
bullicioso y ahora reino de quietud y abandono; antes rico y ahora, por pobre,
ignorado. En su época de esplendor fue querido cual rica y bella manceba los es
por amor interesado; mas, ahora que es pobre y no tan bonita, se siente
abandona e ignorada por tan interesado galán.
Actualmente, apenas quedan sanguijuelas, se han marchado
una vez casi agotado sus recursos; justo en el mismo momento que la palabra “rentable”
deja de aplicarse. Como efectos colaterales, el pueblo queda en la Unidad de
Cuidados Intensivos, pero eso sí, sin ningún tipo de cuidados paliativos,
sociales, de recuperación del entorno, dinamización y mucho menos, económicos:
a su suerte y a merced de la madre naturaleza.
Ahora, una vez finalizado el saqueo, vaga de puerta en
puerta, pues no le ha quedado otro que volverse pedigüeño. No obstante, por más
que llora no le hacen caso y, a duras penas, subsiste condenado en la
ignominia, sin haber hecho nada para merecerlo. Mi pueblo se encuentra aislado
en un mundo injusto y desagradecido, a la vez que atrapado e ignorado, en un
laberinto que, aunque te prometan que la tiene, carece de salida.
En la actualidad, tan sólo nos queda un poco de
romanticismo y añoranza de lo que Ablaña fue. Sin echar culpas por completo,
diríamos que en parte es debido a la desidia continua de nuestros políticos,
que sin duda la tienen; pero también, a la pasividad pusilánime de los que
alguna vez vivimos allí. Quizás tengamos lo que nos merecemos.
Donato
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