Antes de que la mina y la
industria cambiaran la faz del concejo de Mieres, en lo antiguo incluso en el de Lena, y la
vieja sociedad agrícola y ganadera se convirtiera al ritmo trepidante de los
nuevos tiempos, nuestras aldeas solían tener al lado de un modesto caserío de
factura artesana, la casa y morada principal del linaje notorio –el de sangre
más acrisolada y bienes sobrados- de la comarca.
Escudo de los Bernaldo de Quirós (casa solariega de Ablaña de Abajo) |
Ablaña no podía ser menos y, a la
vista de antiguos documentos de las antiguas escribanías, se puede decir que
este lugar, hoy desfigurado por las modernas actividades económicas, antaño
contó con insignes linajes, de los que casi nadie se acuerda y de los que
quedan pocos testimonios.
Para estas familias de hidalguía
asturiana, el siglo XIX fue un auténtico cataclismo cósmico: el liberalismo les
quitó derechos y privilegios, y ellas en muchos casos se olvidaron de sus
deberes, aquellos del viejo proverbio de “nobleza obliga”. De esta manera,
entre agotamiento biológico, la vanidad estúpida, el aburguesamiento de la
mentalidad y la fuerza arrolladora de las circunstancias, su realidad se
convirtió en agua pasada.
Desde entonces, los Vázquez de
Prada han conservado con esmero y notable sentido cultural estos valiosos
testimonios del pasado.
Los Muñíz de Ablaña, gentes del
patriciado de este lugar, aparecen documentados a partir del siglo XVI. No se
sabe si tenían alguna relación con los Muñiz, los más antiguos señores de la
casa y torre de Olloniego, que por la factura de la construcción, debían ser de
los más poderosos caballeros de la tierra. Antes del siglo XVI, casi no se
puede saber nada de esta familia de Ablaña y su historia se pierde en las
revueltas y alborotos de la Baja Edad Media. Su origen solariego era el lugar
de Ablaña, de ahí su más antiguo apellido, pero pronto, en el siglo XVII,
sintieron la atracción de Oviedo, capital del Principado y, aunque siguieron
conservando sus propiedades en el concejo de Lena, ya residían habitualmente en
aquella ciudad. A lo largo de esta centuria, no hicieron otra cosa que
acrecentar su patrimonio, no sólo de la tierra de Mieres, sino también en
Langreo y Oviedo; todo ello les permitió casar con señoras principales, ocupar
cargos en la administración pública y forjarse una formación literaria y
académica notable.
Juan Muñiz de Ablaña (principios
del siglo XVII) casó con doña Ana de Hevia; don Juan Muñiz Bernaldo con doña
Antonia de Caso Celis y Hevia, una señora de las más calificadas familias del
oriente Astur, hija de Francisco de Caso y de doña María de Hevia, gente
también letrada, pues doña Antonia era hermana del licenciado Gaspar de Caso; y
el Doctor don Francisco Muñiz Bernaldo con doña Isabel de Valdés Miranda, que
era lo mismo que los primeros apellidos de la aristocracia regional. Muerto don
Francisco, en los años 1734 a 1737, se hizo la partición de sus bienes y fue
cuando el linaje se distanció definitivamente de Ablaña: había tenido dos
hijas, la primogénita, llamada a la sucesión, no tuvo hijos en su matrimonio
con don José de Argüello. Su hermana menor, la mencionada doña Francisca, se
consolidó como la heredera absoluta, así de los bienes libres, cómo de los
vinculados.
Don Juan Muñiz Bernaldo (siglo
XVII), el esposo de doña Antonia, ya figura cómo vecino de Oviedo y su juez
ordinario, y su hijo don Francisco, cómo regidor de la misma ciudad, ejerciendo
de oficio de abogado.
Cuando en el siglo XIX,
desaparecieron los mayorazgos, por los defectos de las leyes de la desamortización
civil, el caudal patrimonial de estas familias se dispersó. Tal ocurrió con el
de los Muñiz de Ablaña, hoy sólo un recuerdo histórico en este lugar del
concejo de Mieres.
Manuel de Abol-Brasón y Álvarez-Tamargo
PROFESOR TITULAR DE HISTORIA DEL DERECHO EN LA UNIVERSIDAD DE OVIEDO
"La Meruxega Nº 0" año 1999
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