Es evidente que
los mineros tienen que ir a pasar el agua. Por si tuvieran poco con la que
tienen encima últimamente, el maldito grisú vuelve a las andadas: llevándose a
seis vidas, destrozando a seis familias y hurgando más aún en la herida de este
maltratado colectivo. ¡Qué iluso! y yo pensando que en pleno Siglo XXI y con la
tecnología con la que disponíamos, se había ganado la batalla a esa amalgama de
metano y otros malditos gases.
Pola de Gordón,
Castilla y León y Asturias entera están, por enésima ocasión y por desgracia, de
luto. En Ablaña sabemos bien lo que es eso, pues demasiadas fueron las veces
que tuvimos que pasar por situaciones tan trágicas o ¿Quién no se acuerda de
aquel 31 de agosto de 1995, cuando la maldita mina segó la vida a catorce
trabajadores en el pozo Nicolasa?: por aquí todo “quisque”, en Madrid, casi
nadie. Quizás sea por la distancia, pero a la capital de este país, los
problemas de “cuatro” mineros les pilla muy lejos: demasiado al norte.
Lo que para los
que vivimos junto a la mina es un problema, para los de lejos es una simple
contrariedad. Ellos nunca sabrán lo que implica vivir al lado de un pozo minero,
lo que es tener familia o amigos trabajando a cientos de metros bajo tierra, el
vivir día a día en casas que se hunden, convivir con la visión dantesca de una central
termoeléctrica echando humo delante de sus narices, ni se pueden
imaginar lo que es vivir rodeados de escombreras y arqueología industrial en
desuso y que, por si no fuera esto suficiente, carecer de cualquier tipo de
alternativas o de expectativas de trabajo. Ellos no conocen a la resignación y
a la desesperación que inevitablemente llevan al éxodo. Pareciera que nadie se
diera cuenta de la gravedad del problema: está a punto de desaparecer una forma
de vida de casi dos siglos de existencia.
Por desgracia, nuestros
dirigentes se han enfrascado en una guerra contra los patronos privados de la industria minera. Una pugna en la
que cada uno de los dos contendientes utiliza su potencial de destrucción al
máximo nivel; no obstante, se me antoja una contienda desproporcionada: los
generales comen carne sin ninguna cortapisa; mientras, la tropa se muere
lentamente por inanición.